Aristoteles Metafisica
Capítulo 1
(985a) Todos los hombres desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sentidos; pues,
al margen de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, y el que más de todos, el de la vista.
En efecto, no sólo para obrar, sino también cuando no 25 pensamos hacer nada, preferimos la
vista, por decirlo así, a todos los otros. Y la causa en que, de los sentidos, éste es el que nos hace
conocer más, y nos muestra muchas diferencias. Por naturaleza, los animales nacen dotados de
sensación; pero ésta no engendra en algunos la memoria, mientras que en otros sí. Y por uso de
éstos son más prudentes y más aptos para aprender (980b) que los que no pueden recordar; son
prudentes sin aprender los incapaces de oír los sonidos (como la abeja y otros animales
semejantes, si los hay);aprenden, en cambio, los que, además de memoria, tienen este sentido. 25
Los demás animales viven con imágenes y recuerdos, y participan poco de la experiencia. Pero el
género humano dispone del arte y del razonamiento. Y del recuerdo nace para los hombres la
experiencia, pues muchos recuerdos de la misma cosa (981a) llegan a constituir una experiencia.
Y la experiencia parece, en cierto modo, semejante a la ciencia y al arte, pero la ciencia y el arte
llegan a los hombres a través de la experiencia. Pues la experiencia hizo el arte como dice Polo, y
la inexperiencia 5 el azar. Nace el arte cuando de muchas observaciones experimentales surge una
noción universal sobre los casos semejantes. Pues tener la noción de que a Calias, afectado por tal
enfermedad, le fue bien tal remedio, y lo mismo a Sócrates y a otros muchos considerados
individualmente, ves propio de la 10 experiencia; pero saber que fue provechoso a todos los
individuos de tal constitución, agrupados en una misma clase y afectados por tal enfermedad, por
ejemplo a los flemáticos, a los biliosos o a los calenturientos, corresponde al arte. Pues bien, para
la vida práctica, la experiencia no parece ser en nada inferior al arte, sino que incluso tienen más
éxito 15 los expertos que los que, sin experiencia, poseen el conocimiento de las cosas singulares,
y el arte, de la universales; y todas las acciones y generaciones se refieren a lo singular. No es al
hombre, efectivamente, a quien sana el médico, a no ser accidentalmente, sino a Calias o a
Sócrates, o a otro de los así 25 llamados, que, además, es hombre. Por consiguiente, si alguien
tiene, sin la experiencia, el conocimiento teórico, y sabe lo universal pero ignora su contenido
singular, errará muchas veces en la curación, pues es lo singular lo que puede ser curado. 25
Creemos, sin embargo, que el saber y el entender pertenecen más al arte que a la experiencia, y
consideramos más sabios a los conocedores del arte que a los expertos, pensando que la sabiduría
corresponde en todos al saber. Y esto, porque unos saben la causa, y los otros no. Pues los
expertos saben el qué, pero no el porqué. Aquellos, en cambio, conocen el porqué y la 30 causa.
Por eso a los jefes de obras los consideramos en cada caso más valiosos, y pensamos que
entienden más y son más (981b) sabios que los simples operarios, porque saben las causas de lo
que se está haciendo; éstos, en cambio, como algunos seres inanimados, hacen sí, pero hacen sin
saber lo que hacen, del mismo modo que quema el fuego. Los seres inanimados hacen estas
operaciones por cierto impulso natural, y los operarios, 5 por costumbre. Así, pues, no
consideramos a los jefes de obras más sabios por su habilidad práctica, sino por su dominio de la
teoría y su conocimiento de las causas. En definitiva, lo que distingue al sabio del ignorante es el
poder enseñar, y por esto consideramos que el arte es más ciencia que la experiencia, pues
aquellos pueden y éstos no pueden enseñar. 10 Además, de las sensaciones, no consideramos que
ninguna sea sabiduría, aunque éstas son las cogniciones más autorizadas de los objetos
singulares; pero no dicen el porqué de nada; por ejemplo, por qué es caliente el fuego, sino tan
sólo que es caliente. Es, pues, natural que quien en los primeros tiempos inventó un arte
cualquiera, separado de las sensaciones comunes, fuese admirado por los hombres, no sólo por la
utilidad de alguno de los 15 inventos, sino como sabio y diferente de los otros, y que, al
inventarse muchas artes, orientadas unas a las necesidades de la vida y otras a lo que la adorna,
siempre fuesen considerados más sabios los inventores de éstas que los de aquéllas, porque 20 sus
ciencias no buscaban la utilidad. De aquí que, constituidas ya todas estas artes, fueran
descubiertas las ciencias que no se ordenan al placer ni a lo necesario; y lo fueron primero donde
primero tuvieron cagar los hombres. Por eso las artes matemáticas nacieron en Egipto, pues allí
disfrutaba de ocio la 25 casta sacerdotal. Hemos dicho en la Ética cual es la diferencia entre el
arte, la ciencia y los demás conocimientos del mismo género. Lo que ahora queremos decir es
esto: que la llamada Sabiduría versa, en opinión de todos, sobre las primeras causas y sobre los
principios. De suerte que, según dijimos antes, el experto nos parece 30 más sabio que los que
tienen una sensación cualquiera, y el poseedor de un arte, más sabio que los expertos, y el jefe de
una obra, más que un simple operario, y los conocimientos (982a) teóricos, más que los prácticos.
Resulta, pues, evidente que la Sabiduría es una ciencia sobre ciertos principios y causas.
Capítulo 2
Y puesto que buscamos esta ciencia, lo que debiéramos 5 indagar es de qué causas y principios es
ciencia la Sabiduría. Si tenemos en cuanta el concepto que nos formamos del sabio, es probable
que el camino quede más despejado. Pensamos, en primer lugar, que el sabio lo sabe todo en la
Metafísica –– Aristóteles
medida de lo posible, sin tener la ciencia de cada cosa en particular. 10 También consideramos
sabio al que puede conocer las cosas difíciles y no de fácil acceso para la inteligencia humana
(pues el sentir es común a todos, y, por tanto, fácil y nada sabio). Además, al que conoce con más
exactitud y es más capaz de enseñar las causas, lo consideramos más sabio en cualquier ciencia.
Y, entre las ciencias, pensamos que es más Sabiduría la 15 que se elige por sí misma y por saber,
que la que se busca a causa de sus resultados, y que la destinada a mandar es más Sabiduría que la
subordinada. Pues no debe el sabio recibir órdenes, sino darlas, y no es él el que ha de obedecer a
otro, sino que ha de obedecerle a él el menos sabio. Tales son, por su 20 calidad y su número, las
ideas que tenemos acerca de la Sabiduría y de los sabios. Y de éstas, el saberlo todo pertenece
necesariamente al que posee en sumo grado la Ciencia universal (pues éste conoce de algún modo
todo lo sujeto a ella). Y, generalmente, el conocimiento más difícil para los hombres es el de 25
las cosas más universales (pues son las más alejadas de los sentidos). Por otra parte, las ciencias
son tanto más exactas cuanto más directamente se ocupan de los primeros principios (pues las que
se basan en menos principios son más exactas que las que proceden por adición; la Aritmética,
por ejemplo, es más exacta que la Geometría). Además, la ciencia que considera las causas es
también más capaz de enseñar (pues enseñan verdaderamente 30 los que dicen las causas acerca
de cada cosa). Y el conocer y el saber buscados por sí mismos se dan principalmente en la ciencia
que versa sobre lo más escible (pues el que elige el saber (982b) por el saber preferirá a cualquier
otra la ciencia más ciencia, y ésta es la que versa sobre lo más escible). Y lo más escible son los
primeros principios y las causas (pues mediante ellos y a partir de ellos se conocen las demás
cosas, no ellos a través de lo que les está sujeto). Y es la más digna de mandar entre las 5
ciencias, y superior a la subordinada, ala que conoce el fin por el que debe hacerse cada cosa. Y
este fin es el bien de cada una, y, en definitiva, el bien supremo en la naturaleza toda. Por todo lo
dicho, corresponde a la misma Ciencia el nombre que se busca. Pues es preciso que ésta sea
especulativa de los primeros principios y causas. En efec to, el bien y el fin 10 por el que se hace
algo son una de las causas. Que no se trata de una ciencia productiva, es evidente ya por los que
primero filosofaron. Pues los hombres comienzan y comenzaros siempre a filosofar movidos por
la admiración; al principio, admirados ante los fenómenos sorprendentes más 15 comunes; luego,
avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores, como los cambios de la luna y los
relativos al sol y a las estrellas, y la generación del universo. Pero el que se plantea un problema o
se admira, reconoce su ignorancia. (Por eso también el que ama los mitos es en cierto modo
filósofo; pues el mito se compone de elementos maravillosos). De suerte que, 20 si filosofaron
para huir de la ignorancia, es claro que buscaban el saber en vista del conocimiento, y no por
alguna utilidad. Y así lo atestigua lo ocurrido. Pues esta disciplina comenzó a buscarse cuando ya
existían casi todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida. Es, pues,
evidente 25 que no la buscamos por ninguna utilidad, sino que, así como llamamos hombre libre
al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única ciencia libre, pues
ésta sola es para sí misma. Por eso también si posesión podría con justicia ser considerada
impropia del hombre. Pues la naturaleza humana es esclava en muchos aspectos; de suerte que,
según 30 Simónides, «sólo un dios puede tener este privilegio», aunque es indigno a un varón
buscar la ciencia a él proporcionada. Por consiguiente, si tuviera algún sentido lo que dicen los
(983a) poetas, y la divinidad fuese por naturaleza envidiosa, aquí parece que se aplicaría
principalmente, y serían desdichados todos los que en esto sobresalen, pero ni es posible que la
divinidad sea envidiosa (sino que, según el refrán, mienten mucho los poetas), ni debemos pensar
que otra ciencia sea más digna de aprecio 5 que ésta. Pues la más divina es también la más digna
de aprecio. Y en dos sentidos es tal ella sola: pues será divina entre las ciencias la que tendría a
Dios principalmente, y la que verse sobre lo divino. Y ésta sola reúne ambas condiciones; pues
Dios les parece a todos ser una de las causas y cierto principio, y 10 tal ciencia puede tenerla o
Dios solo o él principalmente. Así, pues, todas las ciencias son más necesarias que ésta; pero
mejor, ninguna. Mas es preciso, en cierto modo, que su adquisición se convierta para nosotros en
lo contrario de las indagaciones iniciales. Pues todos comienzan, según hemos dicho,
admirándose de que las cosas sean así, como les sucede con los autómatas de los ilusionistas [a
los que aún no han visto la causa], o con los 15 solsticios o con la inconmensurabilidad de la
diagonal (pues a todos les parece admirable que algo no sea medido por la unidad mínima). Pero
es preciso terminar en lo contrario y mejor, según el proverbio, como sucede en los casos
mencionados, después que se ha aprendido: pues de nada se admiraría tanto un 20 geómetra como
de que la diagonal llegara a ser conmensurable. Queda, pues, dicho cuál es la naturaleza de la
Ciencia que se busca, y cuál la meta que debe alcanzar la indagación y todo el método.
Capítulo 3
Y puesto que, evidentemente, es preciso adquirir la Ciencia de las primeras causas(decimos, en
efecto, que sabemos una 25 cosa cuando creemos conocer su causa primera), y las causas se
dividen en cuatro, una de las cuales decimos que es la substancia y la esencia (pues el porqué se
reduce al concepto último, y el porqué primero es causa y principio); otra es la materia o el
sujeto; la tercera, aquella de donde procede el principio 30 del movimiento, y la cuarta, la que se
opone a ésta, es decir, la causa final o el bien (pues éste es el fin de cualquier generación y
movimiento). Aunque hemos tratado suficientemente de las causas en la Física, recordemos, sin
Metafísica –– Aristóteles
embargo, a los que se (983b)dedicaron antes que nosotros al estudio de los entes y filosofaron
sobre la verdad. Pues ese vidente que también ellos hablan de ciertos principios y causas. Esta
revisión será útil para nuestra 5 actual indagación; pues, o bien descubriremos algún otro género
de causa, o tendremos más fe en las que acabamos de enunciar. Pues bien, la mayoría de los
filósofos primitivos creyeron que los únicos principios de todas las cosas eran los de índole
material; pues aquello de lo que constan todos los entes y es el primer origen de su generación y
el término de su corrupción, 10 permaneciendo la substancia pero cambiando en las afecciones,
es, según ellos, el elemento y el principio de los entes. Y por eso creen que ni se genera ni se
destruye nada, pensando que tal naturaleza se conserva siempre, del mismo modo que no decimos
que Sócrates llegue a ser en sentido absoluto cuando llega a ser hermoso o músico, ni que perezca
si pierde estas maneras de 15 ser, puesto que permanece el sujeto, es decir, Sócrates mismo. Así,
tampoco se genera ni se corrompe, según estos filósofos, ninguna de las demás cosas; pues dicen
que siempre hay alguna naturaleza, ya sea una o más de una, de la cual se generan las demás
cosas, conservándose ella.Pero, en cuanto al número y a la especie de tal principio, no todos dicen
lo mismo, sino que Tales, iniciador de tal filosofía, 20 afirma que es el Agua (por eso también
manifestó que la Tierra estaba sobre el Agua); y sin duda concibió esta opinión al ver que el
alimento es siempre húmedo y que hasta el calor nace de la humedad y de ella vive (y aquello de
donde las cosas nacen es el principio de todas ellas). Por esto, sin duda, concibió esta 25 opinión,
y porque las semillas tienen siempre naturaleza húmeda, y por ser el Agua, para las cosas
húmedas, principio de su naturaleza. Según algunos, también los primeros autores de
cosmogonías, antiquísimos y muy anteriores a nosotros, opinaron así acerca 30 de la naturaleza.
Hicieron, en efecto, al Océano y a Tetis padres de la generación, y testigo del juramento de los
dioses, al Agua, la llamada por ellos [los poetas] Estigia. Pues lo que más se respeta es lo más
antiguo, y aquello por lo que se jura es lo (984a) que más se respeta. No es seguro que ésta sea
efectivamente una opinión primitiva y antigua sobre la naturaleza; pero se dice que Tales se
expresó así acerca de la primera causa (pues a Hipón nadie pretendería incluirlo entre éstos, por el
escaso valor de su pensamiento). 5 Anaxímenes y Diógenes dicen que el Aire es anterior al Agua
y el principio primordial entre los cuerpos simples. El metapontino Hípaso y el efesio Heráclito
dicen que es el Fuego; y Empédocles, los cuatro, añadiendo, además de los mencionados, en
cuarto lugar la Tierra (pues, según él, éstos subsisten siempre y no son objeto de generación, a no
ser por multiplicación o reducción 10 numérica, juntándose y separándose hacia la unidad y a
partir de ella). Pero Anaxágoras de Clazómenas, que es anterior a éste por la edad y posterior por
las obras, afirma que los principios son infinitos; pues dice que casi todos los seres que tienen
partes semejantes, como el Agua o el Fuego, se generan y 15 se destruyen así, por unión y
Metafísica.
separación únicamente, y que de otro modo ni se generan ni se destruyen, sino que permanecen
eternos. Basándose en esto, podría uno considerar como única causa la que llamamos de especie
material. Pero, al avanzar así, la cosa misma les abrió el camino y les obligó a investigar. Pues, si
es indudable que toda generación y corrupción proceden de uno o 20 de varios principios, ¿por
qué sucede esto y cuál es la causa? Ciertamente, el sujeto no se hace cambiar a sí mismo. Por
ejemplo, ni la madera ni el bronce son causa de que cambien una y otro; ni la madera hace la
cama, ni el bronce la estatua, sino que es otra la causa del cambio. Investigar esto es buscar el 25
otro principio, como diríamos nosotros, de donde procede el comienzo del movimiento. Pues
bien, los que emprendieron por vez primera este camino y sostuvieron que el sujeto era uno, no se
plantearon a sí mismos ninguna dificultad; pero algunos de los que enseñaban tal 30 unidad,
como vencidos por esta investigación, afirman que lo Uno es inmóvil, y también la naturaleza
toda, no sólo en cuanto a la generación y corrupción (pues esto es antiguo y todos lo admitieron),
sino también en cuanto a los demás cambios; y ésta (980b) es doctrina peculiar suya. Así, pues,
entre los que sostienen que todo es uno, nadie llegó a concebir tal causa, a no ser, quizá,
Parménides, y éste, en tanto en cuanto afirma que no sólo un elemento, sino dos, en cierto modo,
son causas. En cambio, a los que dicen que son más, les es más fácil enunciarla; por 5 ejemplo, a
los que admiten como tales lo Caliente y lo Frío o el Fuego y la Tierra; pues atribuyen al Fuego la
naturaleza motriz, y al Agua y a la Tierra y otros elementos semejantes, lo contrario. Después de
éstos, y considerando que tales principios no bastaban para generar la naturaleza de los entes, y
de nuevo obligados, como hemos dicho, por la verdad misma, otros filósofos 10 buscaron el
tercer principio. Pues de que en unos entes haya y en otros se produzca lo bueno y lo bello sin
duda no es causa ni el Fuego ni la Tierra ni ninguna otra cosa semejante, ni probablemente
aquéllos lo creyeron. Y tampoco estaría bien confiar a la casualidad y al azar tan gran empresa.
Por eso 15 cuando alguien dijo que, igual que en los animales, también en la naturaleza había un
Entendimiento que era la causa del mundo y del orden todo, se mostró como hombre prudente
frente a las divagaciones de los anteriores. Sabemos con seguridad que Anaxágoras adoptó este
punto de vista; pero se dice que su 20 primer iniciador fue Hermótimo de Clazómenas. Así, pues,
los que pensaban de este modo afirmaron que la causa del bien era el principio de los entes y, al
mismo tiempo, el principio de donde reciben los entes el movimiento.
Capítulo 4
Puede sospechar alguien que fue Hesíodo el primero en buscar tal cosa, y, con él, otros que quizá
consideraron el Amor y el Deseo como principio de los entes, como también Parménides. 25
Metafísica –– Aristóteles
Éste, en efecto, tratando de explicar la generación del universo, dice: «concibió en su mente al
Amor / mucho antes que a los demás dioses», y Hesíodo: «mucho antes que todas las cosas fue el
Caos, y después / la Tierra de ancho pecho... / y el Amor, que brilla entre todos los inmortales»,
pensando que debe haber en los entes una causa que mueva y congregue las cosas. De cómo 30 se
deba juzgar a éstos en cuanto a la prioridad, permítasenos decidir más tarde. Pero, como era
evidente que también estaba en la naturaleza lo contrario del bien, y no sólo el orden y la belleza,
sino también (985ª) el desorden y la fealdad, y que eran más los males que los bienes, y más las
cosas feas que las bellas, hubo otro que introdujo la Amistad y el Odio; la primera, como causa de
éstas, y el segundo, de las otras. Si uno, en efecto, profundiza y se 5 atiene al pensamiento y no a
los balbuceos con que se expresa Empédocles, hallará que la Amistad es causa de las cosas
buenas, y el Odio de las malas. Así, pues, si alguien dice que, en cierto modo, Empédocles
propone, y propone el primero, el Mal y el Bien como principios, es probable que tenga razón, si
es cierto 10 que la causa de todas las cosas buenas es el Bien en sí, y de las malas el Mal. Estos
filósofos, como decimos, evidentemente tocaron antes de ahora dos causas de las definidas por
nosotros en la Física: la materia y el principio del movimiento; pero vagamente y sin ninguna
claridad, como hacen en los combates los no adiestrados. Éstos, en efecto, yendo de un lado a
otro, asestan muchas 15 veces buenos golpes; pero ni éstos lo hacen por ciencia, ni aquéllos
parecen saber lo que dicen; pues está claro que casi no se apoyan, o se apoyan muy poco, en los
mencionados principios. Anaxágoras, en efecto, usa el Entendimiento como recurso para la
formación del mundo, y sólo cuando desconoce la causa de algo necesario echa mano del
Entendimiento; pero, en los demás 20 casos, cualquier cosa le parece causa de lo que deviene,
antes que el Entendimiento. Empédocles usa las causas más que éste, pero tampoco
suficientemente, y, al usarlas, no es consecuente consigo mismo. Pues, según él, en muchos casos
la Amistad separa y el Odio une. En efecto, cada vez que el todo es dividido en 25 sus elementos
por el Odio, el Fuego se junta en uno, y lo mismo cada uno de los demás elementos. Y cuando,
movidos por la Amistad, de nuevo se congregan en uno, necesariamente vuelven a disgregarse
sus partículas. Así, pues, fue Empédocles, frente a los anteriores, el primero 30 en dividir la
causa, no haciendo uno el principio del movimiento, sino diversos y contrarios. Fue también el
primero en decir que eran cuatro los elementos llamados de especie material (pero no utiliza los
cuatro, sino como si fueran dos solos; el (985b) Fuego en sí, por una parte, y, por otra, los
opuestos, como una sola naturaleza: la Tierra, el Aire y el Agua. Esto puede verse leyendo su
poema). Tal es, a nuestro juicio, la doctrina y el número que este pensador fijó para los principios.
Leucipo y su colega Demócrito dicen que son elementos lo 5 Pleno y lo Vacío, a uno de los
cuales llaman Ente, y al otro, No-ente; y, de éstos, piensan que lo Pleno y Sólido es el Ente, y lo
Vacío, el No-ente (por lo cual dicen también que el Ente no es en mayor medida que el No-ente,
porque tampoco el Cuerpo es en mayor medida que lo Vacío), y que éstas son las causas
materiales de los entes. Y así como los que 10 afirman la unidad de la substancia subyacente
generan las demás cosas mediante las afecciones de ésta, poniendo lo Raro y lo Denso como
principios de las afecciones, del mismo modo éstos dicen que las diferencias son causas de las
demás cosas. Pero enseñan que estas diferencias son tres: la Figura, el Orden y la Posición.
Afirman, en efecto, que el Ente difiere sólo por la 15 proporción, el contacto y la colocación. Y
de estas diferencias, la proporción es la figura, el contacto es el orden y la colocación es la
posición. Pues la A difiere de la N por la figura, y AN de NA por el orden, y Z de N por la
posición. Pero, en cuanto al movimiento, de dónde y cómo lo tendrán los entes, también 20 éstos,
como los otros, lo omitieron negligentemente. Hasta este punto, según decimos, parecen haber
llegado las investigaciones de nuestros antecesores sobre las dos causas.
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